martes, enero 11, 2005

Bambifuturismo

Esta vez fue Bernina la que retrocedió. Los barrotes la detuvieron. Vivía una pesadilla. Semiacostadas en camillas, una plaga de mujeres zoomorfas la cercaba. (...) Entonces elucidó algo: una imagen exterior que se quebraba en su interior. Las patas de sus contertulias estaban forradas en una especie de muselina, un pelaje muy delicado. En el extremo, cascos, y unos deditos agarrotados asomando. Recorrió con la mirada la extensión del pelaje: nacía en las patas, trepaba por el vientre, ascendía y en los hombros súbitamente se licuaba en una piel tensa, impoluta, que a la altura del cuello serenaba toda la seducción y la servidumbre de la juventud. Eran mitad mujeres, de eso estaba segura: facciones angulosas, melenitas un poco ralas pero bien peinadas, típicas orejas humanoides, boquitas aliteradas por la respiración caballuna. A qué especie correspondía la mitad inferior, aun habiendo oteado la enciclopedia durante largas temporadas, no podía columbrarlo.

A medida que ellas se acercaban, una impresión sofocante tomaba forma. Esos cuerpos magníficos, desde los cascos hasta la cabellera, se volvían contradictorios en el olor que exhalaban, como si cada una de las dos partes, interpolada, pesara en cuerpos antagónicos. Así, la parte animal olía a mujer, y la parte femenina olía a bestia. En apariencias disociadas por el duelo de esos dos olores, de esas dos naturalezas generales e imposibles de reconciliar en una sola división, Bernina se sentía arrinconada, ridiculizada por su propia naturaleza.