viernes, abril 21, 2006

Mapa de un futuro confuso

Final de una trilogía, como en Borneo (el libro anterior), lo que lleva adelante el texto es el recorrido del o de la protagonista. En aquel caso, Ornello, alguien "paranoizado" por el par salud/efermedad, perseguido en realidad por la medicina estatal, ministerial. En éste, Bernina, una mujer que parece salir de la esclavitud en busca del erotismo o del sexo que rarar vez llega, a través de "lotarcios", "grasitas", "pispiretos" o "ñatitos". Las solapas de ambos libros (no conocemos el primero, "Los invertebrables") hablan de "trilogía futurista", sin atreverse a decir ciencia ficción. Pero sea cual fuera la denominación, es hasta cierto un abuso de lenguaje. Más que en un futuro, cualquier futuro, ambos libros parecen más bien suceder dentro de la cabeza de alguien, en especial cerca del centro del lenguaje y del juego. Muchas cosas que podrían contarse o desplegarse como acción o descripción de entornos están complejizadas o reducidas (según el caso) a un momento de suave parodia, de creación de neologismos. Incluso la elección de los nombres parece guiarse por una brújula que busca la malsonancia, la rareza a medias: Ungi, la señora Curone, la señora Letita, el doctor Pichinato, el perito Petringa. Hay referencias por así llamarlas metaliterarias: "el ovillo de la ficción". Pero la omnipresencia de un lenguaje a medias (con balbuceos, con puntos suspensivos), que nunca se atreve a lanzarse del todo ante ninguna sugerencia, parece siempre "a punto de atravesar un límite inexistente". Narrativamente esta falta de límite (nada más claro, por ejemplo, que los límites de un Joyce o un Beckett) hace que la lectura se haga lenta, pesada: el libro dura mucho más páginas de las que tiene. En el plano del humor, por otra parte, rara vez se supera la sonrisa un poco agria, la sátira, incluso el sainete. En medio de "la masa", donde se recuerdan sucesivamente los mundos verbales del teatro reciente, o la falta de forma de las "instalaciones", flotan como joyas algunos excelentes aforismos, o bruscas líneas de voltaje poético. Pero siempre reaparece el pegoteo de las cosas paralelas: ese Ungi informe, entre articulado y desarticulado que Bernina lleva en la maleta de pronto recuerda? a un cronopio. Podría hablarse de la capacidad proteiforme de las tradiciones para infiltrarse. Incluso el sitio del poder, el Estado, se ve contagiado por esa pelota de hilos cruzados, confusos, indistintos, mezclados con restos, embarazos en involución o la probabilidad de que todo sea producto cruzado de la magia y el teatro de títeres. Eso, si uno llega a la página final de un mundo verbal que nunca termina de existir del todo.

Elvio Gandolfo


Suplemento Cultura, Perfil, 5/03/36