viernes, febrero 25, 2005

C'est tout

Esto es todo (C' est tout), Marguerite Duras, 1995. Traducción de Luciano Cescut

Para Yann.
Nunca se sabe, con antelación,
lo que se escribe.
Piensa en mí. Pronto.

Para Yann, mi amante de la noche.
Firmado: Marguerite, la amante de
este amante adorado, 20 de noviembre
de 1994, París, calle Saint-Benoît.


21 de noviembre, por la tarde, calle
Saint-Benoît.
Y.A.: ¿Qué dirías de ti misma?
M.D.: Duras.
Y.A.: ¿Qué dirías de mí?
M.D.: Indescifrable.

Más tarde, la misma tarde.
A veces estoy vacía durante mucho tiempo.
Soy sin identidad.
Al comienzo, esto da miedo. Y luego esto se pasa
por un movimiento de alegría. Y luego
esto se para.
La felicidad, es decir, muerta un poco.
Un poco ausente del lugar donde hablo.

Más tarde, todavía.
Es cuestión de tiempo.
Haré un libro.
Querría hacerlo, pero no es seguro
que escriba ese libro.
Es aleatorio.


22 de noviembre, por la tarde, calle
Saint-Benoît.

Y.A.: ¿Tienes miedo a la muerte?
M.D.: No sé. No sé responder. Desde que
he llegado al mar ya no sé nada.
Y.A.: ¿Y conmigo?
M.D.: Antes y ahora existe
el amor entre tú y yo. La muerte
y el amor. Será lo que tú
quieras, lo que tú seas.
Y.A.: ¿Cómo te definirías?
M.D.: No existo, como en este
momento: no se qué escribir.
Y.A.: ¿El libro que prefieres
por encima de todo?
M.D.: El dique[1], la infancia.

Y.A.: ¿Irías al paraíso?
M.D.: No. Me da risa.
Y.A.: ¿Por qué?
M.D.: No sé. No creo en él
en absoluto.
Y.A.: Y después de la muerte,
¿qué queda?
M.D.: Nada. Salvo los vivos
que sonríen y recuerdan.
Y.A.: ¿Quién se acordará de ti?
M.D.: Los lectores jóvenes. Los alumnos pequeños.



Y.A.: ¿Qué te preocupa?
M.D.: Escribir. Una ocupación
trágica, es decir, relacionada
con el transcurso de la vida. Estoy dentro
sin esfuerzo.

Más tarde, la misma tarde.
Y.A.: ¿Tienes un título para
el próximo libro?
M.D.: Sí. El libro predestinado a desaparecer.


23 de noviembre en París, tres de la tarde.
Quiero hablar de alguien.
De un hombre que tiene no más
de veinticinco años.
Es un hombre hermoso que
quiere morir antes de ser detectado
por la muerte.
Lo amas.
Más que eso.

La belleza de sus manos,
eso es, sí.
Sus manos que avanzan con
la colina (se ha vuelto distinta,
clara, tan luminosa como la gracia
de un niño).
Te beso.
Te espero como espero
a quien destruirá esta gracia deshecha,
dulce y todavía cálida.
Dada a ti, entera, con todo
mi cuerpo, esta gracia.


Más tarde durante la misma tarde.
He querido decirte
que te amaba.
Gritarlo.
Eso es todo.


Calle Saint-Benoît, domingo 27 de noviembre.
Estar juntos es el amor, la muerte, la
palabra, dormir.


Más tarde, ese domingo.
Y.A.: ¿Qué dirías de ti misma?
M.D.: Ya no sé muy bien quién soy.
Estoy con mi amante.
El nombre, no sé.
No importa.
Estar juntos como
con un amante.
Hubiera querido que esto me sucediera.
Estar junto a un amante.


Silencio, y después.
Y.A.: Escribir, ¿para qué sirve?
M.D.: Es a la vez callar
y hablar. Escribir. A veces esto quiere decir
también cantar.
Y.A.: ¿Bailar?
M.D.: También. Bailar es un
estado del individuo.
Me gustaba mucho bailar.
Y.A.: ¿Por qué?
M.D.: Todavía no lo sé.


Silencio, y después.
Y.A.: ¿Tienes excelentes dotes?
M.D.: Sí. Creo que sí.

Escribir está muy cerca del ritmo de
la palabra.


Lunes 28 de noviembre, tres de la tarde, calle
Saint-Benoît.
Hay que hablar del hombre de El mal
de la muerte[2].
¿Quién es?
¿Cómo ha llegado a tal punto?
Escribir sobre la penuria,
a consecuencia de la penuria humana.


Otro día.
No ha vuelto a aparecer
por el cuarto.
Nunca.
Es inútil esperar su canto, a veces riente,
a veces triste, a veces taciturno.
De un vuelo, se ha vuelto a convertir en
el pájaro
que yo había conocido en los
campos.


Más tarde, ese mismo otro día.
Hacer saber a Yann que no es él quien escribe
las cartas, pero que podrá firmar la última. Esto me causará
vivo placer.
Firmado: Duras.


Más tarde todavía.
El nombre chino de mi amante.
Nunca le he hablado en su
idioma.

Otro día, calle Saint-Benoît.
Para Yann.
Para nada.
El cielo está vacío.
Hace años que amo a este
hombre.
Un hombre que todavía no he
nombrado.
Un hombre al que amo.
Un hombre que me abandonará.
Lo demás, lo que está delante y detrás de mí,
antes y después de mí, todo eso me da igual.
Te amo.

Tú ya no puedes pronunciar el
nombre que llevo y que me han puesto los
padres.
Amantes desconocidos.
Dejemos que acontezca si quieres.
Todavía quedan algunos días
de espera.
Me preguntas espera de qué,
respondo: no sé.
Esperar.
En el devenir del viento.
Quizá te escriba otra vez
mañana.

Se puede vivir de eso.
Llorar y reír después.
Hablo del tiempo que brota de la
tierra.
Ya no tengo aliento.
Es necesario que deje de hablar.

Más tarde.
Actividades diversas que me
tientan alguna que otra vez, por
ejemplo la muerte de este
muchacho. Ya no sé cómo
se llama, cómo llamarlo.
Literalmente su insignificancia es
grande.


Silencio, y después.
Ya no tengo ninguna noción sobre lo
que creía saber o esperar
volver a ver.
Ya está, esto es todo.


Silencio, y después.
El comienzo del fin de este
amor realmente espantoso,
con la nostalgia de cada hora.
Y después ha sobrevenido la hora
que ha seguido,
incomprensiblemente, saliendo del fondo
del tiempo.
Hora horrible.
Soberbia y horrible.
Sólo he logrado no matarme
al ocupar mi pensamiento con la idea de su muerte.
De su muerte y de su vida.


Silencio, y después.
No he expuesto lo vital de
su persona, su alma, sus pies, sus
manos, su risa.
Lo vital para mí es
abandonar su mirada cuando está solo.
Cuando él está en el desorden
del pensamiento.
Es hermoso. Es difícil
de saber.
Si empiezo a hablar de él, ya no me detengo
de hacerlo.
Mi vida es como incierta, más
incierta, sí, que la suya propia
delante de mí.


Silencio, y depués.
Quisiera continuar divagando
como lo hago algunas tardes
de verano, idéntico a aquél.
Ya no le encuentro gusto y
tampoco tengo coraje para hacerlo.


14 de octubre de 1994.
14 de octubre de 1994. En este caso, el título
sólo tiene significado para el autor. Entonces,
el título no quiere decir nada.
El título también espera eso: un título. Un
cimiento.
Estoy al borde de la fecha fatal.
Esa fecha es NINGUNA.
No obstante, la fecha está inscrita
en papel rubio.
Ha sido inscrita por una cabeza
rubia de hombre.
Una cabeza de niño.
En esto creo: creo por
encima de mí lo que ha sido escrito
paralelamente sobre esa cabeza de niño.
Es el LO QUE QUEDA de lo escrito. Es un
sentido de lo escrito.
Es también el olor de un amor
que pasaba por allá, por el niño.
Un amor sin derrotero
que había olfateado la carne de un niño que se
moría por leer lo desconocido del deseo.
El todo se desvanecerá cuando
se borre el texto de la lectura.


15 de octubre.
Estoy en contacto conmigo misma
en una libertad que coincide
conmigo.


Silencio, y después.
Nunca he tenido un modelo.
Desobedecía obedeciendo.
Cuando escribo, estoy en la misma
locura que cuando vivo. Me reúno
con masas de piedras cuando escribo. Las
piedras del Dique.


Sábado 10 de diciembre, tres de la tarde, calle Saint-Benoît.
Por ahí, vas derecho
a la soledad.
Yo, no. Tengo los libros.


Silencio, y después.
Me siento perdida.
Muerte es equivalente.
Es terrorífico.
Ya no me dan ganas de esforzarme.
No pienso en nadie.
Se ha terminado lo que queda.
Tú también.
Estoy sola.


Silencio, y después.
Lo que vives ya no es
la desgracia, es la desesperación.


Silencio, y después.
Y.A.: ¿Quién eres?
M.D.: Duras, eso es todo.
Y.A.: ¿Qué hace Duras?
M.D.: Hace literatura.


Silencio, y después.
Encontrar qué escribir todavía.


París, 25 de diciembre de 1994.
La lluvia de los niños
dio de lleno en el sol.
Con la felicidad.
He ido a ver.
Después ha sido necesario explicarles que
era normal. Desde hace siglos.
Porque lo niños
no entendían,
todavía no podían entender
la inteligencia de los Dioses.
Después ha sido necesario continuar
caminando por el bosque. Y cantar
con los adultos, los perros,
los gatos.


París, 28 de diciembre.
Una carta para mí.
Bastaría con cambiar
o abandonar sin convertirse en algo.
La carta.


31 de diciembre.
Felíz Año Nuevo a Yann Andréa.
Tus cartas breves me aburren.


3 de enero, calle Saint-Benoît.
Yann, todavía estoy allá.
Debo irme.
Ya no sé dónde meterme.
Te escribo como si te
llamara.
Quizá puedas verme.
Sé que esto no servirá de nada


6 de enero.
Yann.
Espero verte al caer la tarde.
Con todo mi corazón.
Con todo mi corazón.


10 de febrero.
Una inteligencia que va hacia sí misma.
Como evadida.
Cuando alguien dice la palabra escritor
a Duras, esto resulta una carga doble.
Soy una escritora salvaje e inesperada.


Más tarde, la misma tarde.
Vanidad de vanidades.
Todo es vanidad y persecución
del viento.
En esas dos frases está cifrada toda la literatura
de la tierra.
Vanidad de vanidades, sí.
Esas dos frases por sí solas
abren el mundo: las cosas,
los vientos, los gritos de los niños, el sol
muerto durante esos gritos.
Que el mundo se precipite a la ruina.
Vanidad de vanidades.
Todo es vanidad y persecución
del viento.


3 de marzo.
Yo soy la persecución del viento.


Silencio, y después.
Hay papeles que debo ordenar
a la sombra de mi inteligencia.
Lo que hago es indeleble.


Sábado 25 de marzo.
Me apena que las décadas huyan. Pero al menos
estoy al otro lado del mundo.
Es tan duro morir.
En un determinado momento de la vida,
las cosas han terminado.
Lo siento así: las cosas han terminado.
Así es.


Silencio, y después.
Te amaré hasta mi muerte.
Intentaré no morir
demasiado pronto.
Esto es todo lo que tengo que hacer.


Silencio, y después.
Yann, ¿no te sientes un poco
el colgante[3] de Duras?


Viernes santo.
Tómame en tus lágrimas, en tus risas,
en tus llantos.


Sábado santo.
En lo que voy a convertirme.
Tengo miedo.
Ven.
Ven conmigo.
Pronto, ven.


Más tarde, la misma tarde.
Vamos a ver el horror, la muerte.


Más tarde todavía.
Ven a mi rostro, conmigo.
Pronto, ven.


Silencio, y después.
Te amo demasiado.
Ya no sé escribir.
El amor demasiado grande entre nosotros,
hasta el horror.


Silencio, y después.
No sé adónde voy.
Tengo miedo.
Emprendamos juntos la ruta.
Ven pronto.
Te enviaré cartas.
Esto es todo.
Escribir da miedo.
Hay cosas como ésa que me asustan.


Domingo 9 de abril. Les Rameaux.
Los dos somos inocentes.


Silencio, y después.
Ahora llevo una vida adocenada.
Pobre.
Me he vuelto pobre.
Voy a escribir un texto nuevo.
Sin hombre. Ya no habrá nada.
Yo soy casi nada.
Ya no veo nada.
Todavía existe el todo, durante mucho tiempo,
antes de la muerte.


Más tarde.
No hay último beso.


Más tarde todavía.
No te preocupes
por la plata.
Esto es todo.
No tengo nada más que decir.
Ni siquiera una palabra.
Nada que decir.
Caminemos cien metros por la ruta.


Ese mismo domingo.
Si existe un Dios santo, eres tú. Crees
en él con firmeza inquebrantable.


Silencio, y después.
Puedo empezar todo de nuevo.
Desde mañana.
En cualquier momento.
Vuelvo a empezar un libro.
Escribo.
¡Hala!, ya está.
Yo, el lenguaje, lo conozco.
Ahí soy hábil.

Silencio, y después.
Pues, di: confirmado Duras,
en todos los lugares del mundo y más allá.


Miércoles 12 de abril, por la tarde, calle
Saint-Benoît.
Ven.
Ven al sol, cualquiera que sea.


13 de abril.
He escrito de toda la vida.
Como una imbécil, he hecho eso.
Tampoco está mal ser así.
Nunca he sido pretenciosa.
Escribir de toda la vida, eso enseña
a escribir. Eso no salva de nada.


Miércoles 15 de abril, 15 horas, calle
Saint-Benoît.
Parece ser que tengo talento.
Ahora ya me he acostumbrado.


Silencio, y después.
Soy una astilla blanca.
Y tú también.
De otro color.


11 de junio.
Eres lo que eres y eso
me encanta.


Silencio, y después.
Ven pronto.
Pronto, dame un poco de tu fuerza.
Entra en mi rostro.


28 de junio.
La palabra amor existe.


3 de julio, 15 horas, Neauphle-le-Château.
Sé muy bien que tienes otras ambiciones.
Sé muy bien que estás triste. Pero eso me
da igual. Que me amas, es lo más importan-
te. Lo demás me da igual. Me importa
un bledo.

Más tarde, la misma tarde.
Me siento aplastada por la existencia.
Eso me da ganas de escribir.
He escrito muchísimo sobre ti cuando
te fuiste (sobre el hombre al que amo).
Estás poseído por el encanto más vivo
que jamás he visto.
Eres el autor de todo.
Todo lo que yo he hecho, habrías podido
Hacerlo tú.
Oigo decir que has renunciado a esta frase,
a aquella otra frase.


Silencio, y después.
¿Escuchas este silencio?
Yo escucho las frases que has dicho en lugar
de las que has escrito.


Silencio, y después.
Todo ha sido escrito por ti, por ese
cuerpo que tienes.
Voy a interrumpir aquí este texto para
abordar uno tuyo, hecho por ti, hecho
en tu lugar.


Silencio, y después.
Entonces, ¿qué será lo que quieres
intentar escribir?


Silencio, y después.
No soporto tu devenir.


4 de julio en Neauphle.
Un miedo súbito a la muerte.
Y después un cansancio inmenso.


Silencio, y después.
Ven.
Tenemos que hablar de nuestro amor.
Vamos a encontrar las palabras para hacerlo.
Quizá no haya palabras.


Silencio, y después.
Amo la vida, incluso como es
allá.
Está bien, he encontrado las palabras.


Más tarde, el mismo día.
En el tiempo que ha de venir no quiero nada.
Sólo hablar de mí todavía, siempre, como un
monótono programa de reivindicaciones. De mí todavía.



Silencio, y después.
Quiero que eso desaparezca o
que Dios me mate.

Silencio y después.
Ven pronto.
Estoy mejor.
El miedo es menos sólido.
Déjame donde estoy con el miedo a la muerte
de mi madre, intacto, entero.
Esto es todo.


Sábado 8 de julio, 14 horas, en Neauphle.
Ya no tengo nada en la cabeza.
Sólo cosas vacías.


Silencio, y después.
Ya está.
Estoy muerta.
Se terminó.


Silencio, y después.
Esta noche comeremos algo fuerte. Un plato chino,
por ejemplo.
Un plato de la China destruida.



10 de julio en Neauphle.
Te vuelves hermoso.
Te miro.
Eres Yann Andréa Steiner.


20 de julio, Neauphle, por la tarde.
Tus besos, creo en ellos
hasta el final de mi vida.

Adiós.
Adiós a nadie. Ni siquiera a ti.
Se terminó.
No hay nada.
Hay que clausurar la página.
Ven ahora.
Hay que ir allí.


Tiempo. Silencio, y después.
Ha sonado la hora de que hagas algo. No puedes
quedarte sin hacer nada. Escribir quizá.


Silencio, y después.
Qué hacer para vivir un poco,
todavía un poco.
Esto es todo.
Ahora es más yo. Es
alguien que ya no conozco.


Silencio, y después.
Ahora puedes abrir tu
corazón. Soy yo quizá. No
estoy perdida para ti.


Silencio, y después.
¿Para aliviar la vida?
Nadie lo sabe. Hay que intentar
vivir. No hay que precipitarse
en la muerte.
Esto es todo.
Es todo lo que tengo que decir.


21 de julio.
Ven.

Nada me gusta.

Iré a tu alrededor.
Ven a mi lado.
Esto es todo.

Quiero estar resguardada de eso.
Ven pronto para instalarme en algún
sitio.


Más tarde, durante la tarde.
No puedo más sostener todo.
No creo que se pueda
nombrar este miedo. Todavía no.


Dame tu boca.
Ven pronto par ir más rápido.
Pronto.
Esto es todo.
Pronto.


Sábado 22 de julio. Lluvia.
Ya no haré nada para
restringir o engrandecer tu vida.

Silencio.
Ven a mi rostro.

Silencio.
Te amaré hasta no
abandonarte.

Silencio.
Eres nadie. Nada. Un cero a la izquierda.


Domingo 23 de julio.
No puedo decidirme a ser nada.


Silencio.
No poder ser como tú,
es una cosa que lamento.


Silencio.
Ven conmigo a la cama grande y
esperaremos.
Nada.


Silencio.
Estoy helada por la locura.


Y.A.: ¿Quieres añadir algo?
M.D.: No sé añadir. Sólo sé crear.
Sólo eso.


Lunes 24 de julio.
Ven a amarme.
Ven.
Ven a este papel blanco.
Conmigo.

Te doy mi piel.
Ven.
Pronto.

Dime adiós.
Esto es todo.
Ya no sé nada de ti.

Me voy con las algas.
Ven conmigo.


31 de julio.
¿Cuál es mi verdad?
Si la conoces, dímela.


Estoy perdida.


Mírame.


1 de agosto, por la tarde.
Creo que se ha terminado. Que mi vida
se ha acabado.
Ya no soy nada.
Me he vuelto completamente espantosa.
Ya no me mantengo junta.
Ven pronto.
Ya no tengo boca, ya no tengo
rostro.




Nota del traductor: He descontentado algunas licencias poéticas del texto original para poder agraciar sus equivalentes en el texto traducido.
[1] Un dique contra el Pacífico (Un barrage contre le Pacifique, Marguerite Duras, 1950, novela, Gallimard).
[2] El mal de la muerte (La maladie de la mort, Marguerite Duras, 1982, relato, Editions de Minuit)
[3] En el original: pendentif, que significa "colgante" (joya que pende o cuelga) y "pechina" (Arq. Cada uno de los cuatro triángulos curvilíneos que forman el anillo de la cúpula con los arcos torales sobre que estriba). Esto es a todas luces un juego de polisemia: Yann es un "adorno"; Yann es un "soporte".

martes, febrero 22, 2005

Miles de años

Miles de años, por Juan José Becerra, (Emece), 176p.

Desde su primera novela, Santo, Juan José Becerra ha ido ajustando un hipnótico procedimiento narrativo que amplia en hombres particulares -Santo, Rosales, y ahora Castellanos- la soledad entera de la especie. Como sucede con Atlántida, su segunda novela, la historia de Miles de años no resulta del todo referible. Su argumento proviene de anécdotas yuxtapuestas y extraídas, casi al azar, de una vida fracasada, y a grandes rasgos gira sobre una variante de sus libros anteriores: el origen del recuerdo. Santo, Rosales y Castellanos han sido abandonados e intentan huir de un pasado amoroso. Ese tránsito imposible hacia el olvido, esa eternidad de instantes que da título al volumen, encauza una propuesta narrativa en la que el amor siempre aparece como resto o indicio de una memoria desoladora. Siempre una mujer ausente -en este caso Julia- es el marco de un realismo que soluciona en la ironía una distancia conflictiva: la que podría existir entre cualquier lector y una escritura que no deja de reflexionar sobre su propia lengua.
Castellanos, el personaje excluyente de Miles de años, improvisa pequeñas fugas que rigen el tempo de una prosa inspirada en la opacidad y en la reticencia. La novela crece en disgresiones y reflexiones que cruzan en un único plano dos presentes: el de la anécdota, y ese otro que se filtra desde el pasado y ensombrece la vida del protagonista. Aun cuando la forma de Miles de años resulte escurridiza, puede distinguirse en ella una estructura episódica. Cada episodio no parece guardar una lógica y una linealidad respecto a los anteriores, y presupone un vacío, una alteración de las causas y los efectos que conduce al lector hacia una posición equivalente a la del protagonista.
Al principio Castellanos lee la sección policiales y se traslada a escenarios inhóspitos. En otro capítulo, exhibe su vocación de coleccionista y completa un extraño cuaderno destinado a contener el nombre y la duración de cuánta cosa perecedera exista en la tierra. Más adelante, con mapas y folletos, intenta reproducir la vida cotidiana de Julia en Londres. Luego toma un curso de investigador privado, juega al tenis, asiste a un recital, se lastima con la puerta de su auto. Viaja a Mar del Plata para celebrar un rito erótico deslumbrante. Se traslada a Londres, donde planea seguir a Julia y quizás inducir un reencuentro. En definitiva, episodios y hechos intrascendentes se suceden para crear un espacio narrativo excepcional donde nada, salvo el pasado, importa realmente, y donde el hombre, al costo de la angustia y la desidia, especula con ese mecanismo infernal de homologación que en el sistema narrativo de Becerra es, por excelencia, la memoria.
El narrador omnisciente, como si desde causas insignificantes se propusiera recomponer lo real y en lo real a una mujer ausente, aborda en cada párrafo descripciones y comparaciones que comunican las piezas dispersas del universo de su personaje. Explica algo del funcionamiento del mundo público, pero en el fondo, como un efecto de las continuas asimilaciones, consigue enrarecerlo y transformarlo en un mundo íntimo. Un universo personal en el que cada partícula contiene una totalidad inútil. Así, la reconstrucción privada de Castellanos funciona en el texto como una lupa que en lo particular amplia un universal de la condición humana. En ese modo de desmenuzar los actos mínimos y trabajar con fragmentos de una sola identidad, podría detectarse una marca de estilo que emparenta a Becerra con Saer y, en mayor medida, con Chejfec. Sin embargo, cambios repentinos de tono, desvíos que van de lo banal a lo poético pasando por una variedad de registros picarescos y burlones que alcanzan en el relato erótico su mejor textura, distinguen su estética de la de sus predecesores.
En el brillante tramo final quizás resida la única ruptura del texto en relación a su propio procedimiento, y su mayor novedad respecto a las anteriores novelas. Ahí Castellanos, a partir de una imagen fotográfica, le confiere a su pasado un destino significativo. Elige afrontar una aventura irracional cuya culminación será una anacrónica obra de arte: "un instante imperceptible que ha entrado para siempre en el espacio". La disposición de anécdotas que soporta el hilo de Miles de años se interrumpe, y todo cobra un sentido inesperado, como si la novela se invirtiera y articulara el secreto más caro de su propia escritura.

Oliverio Coelho

Cultura La Nación, 28/11/04

Política, cultura y lengua

Para quienes hayan estado encandilados por los brillos del congreso de la Lengua atizado por el Dr. De la Concha (no es murga montevideana, es nombre propio), pensando en que pudo ser peor (un Congreso de la concha impulsado por el Sr. De la Lengua): para quienes hayan estado pescando dorados en las islas de camalote y yararás del río frente al que por vez primera se izó la bandera de la patria de los parias, la noticia pasó entre nubes de distracción e indiferencia. Pero alguien lo vio allí arriba, en el gallinero, mirando en picada los cráneos de Saramago, el Maestro de santos Lugares, el Presidente de la Academia Argentina de Letras -teniente general de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de La Plata, años 76-83-, los secretarios de ONGs del lenguaje.
Torcuato Di Tella, sombrío -¡y silencioso!-, se estaba despidiendo del mundanal ambiente del arte. Cabeceó, se durmió, soñó con un Siam blanco como una heladera estacionado frente a las terrazas del Buenos Aires Design, como si un soplo de tiempo lo hubiera traído a la actualidad junto a los Meriva, los Scénic, los Fox y la última formita de interiores.
Un cabeceo, un chasquido de dedos patagónicos, y Torcuato ya no está. Pero ¿qué fue lo grave de esos sucesos de los que habla todo el mundo? Si no hizo nada, sólo habló. La frase se incrustó en los anales de los aforismos con filigranas: "El gobierno se tiene que ocupar de los chicos que se mueren en Santiago y no de la pelotuda o la puta que va al Fondo Nacional de las Artes". ¿No es una frase que encaja perfectamente en la situación actual de emergencia, subalimentación y empobrecimiento soberano de la resaca Argentina? Cuando agregó que el gobierno es "un circo", ¿no hizo justicia a la idea clásica de la política como representación dramática del poder? ¿Cuál es la extravagancia de esos comentarios? La irritación bajó en cascada desde los gabinetes intelectuales. Habló como un artista, no se plegó al expresionismo sanatero del burócrata, y la promesa presidencial de decir todo tal cual se lo piensa tuvo un límite. A nadie le importó si hizo buena o mala gestión (en realidad nadie lo sabe), si es incapaz o competente, si es tonto o se hace. Se lo escarneció porque planteó un problema nunca resuelto acerca de las relaciones entre lenguaje y política. En el fondo, lo que se pide es que el burócrata de la gestión cultural siga hablando con sus palabras-mantra: presupuesto, sinergia, equipo, programa, evento, vernisages, copyright: boludeces.
Torcuato Di Tella es la prueba de hasta qué punto cercano el Estado (su área cultural: su segunda línea) puede personalizar sus intervenciones verbales. Di Tella fue expulsado porque habló de más, falló ahí donde se sabe que el Estado habla de menos. ¡Por dos malas palabras contemporáneas del Congreso de la Lengua, súmmum de la tolerancia verbal! Paradojas de un gobierno retroprogresista (TN más Volver), que dice que hay que decirlo todo, hay que soportar lo que se diga, hay que liberarse de las cadenas atávicas del lenguaje de la vieja política, de lo tuyo ya está y esas lacras que adocenan la noble ciencia de Aristóteles. Conclusión: en un gobierno no se puede hablar como la gente, no se permiten observaciones individuales, no se sacan los pies del plato y no se habla ningún nuevo lenguaje que sea vehículo de ninguna política nueva. Para hablar de cultura no sólo hay que representar a las damas aludidas en los dichos: tiene que parecer que no se dice nada, ni para bien ni para mal. El lenguaje debe ser el de burócrata típico: producir un ruido chato que, en el fondo, sea silencio puro.

miércoles, febrero 16, 2005

Dogville

No dejan de resultar perturbadores los resortes que una cinta como Dogville, de Lars von Trier, es capaz de activar en su audiencia. La reacción más elemental de cara al rosario de infamias que la bella protagonista ha debido padecer a manos de los pobladores de un minúsculo caserío ubicado en mitad de la nada, es el deseo de venganza: Ojo por ojo, diente por diente; que los que hicieron mal, paguen un mal proporcional; que la herida supure hiriendo. Reacción comprensible y aun inevitable, pero que sitúa a quienes sucumben a ella en el mismo nivel de los verdugos-víctimas.

Pasar del otro lado del espejo de la violencia para satisfacer ya no un legítimo imperativo de justicia, sino una ciega sed vengativa, nos reduce insensiblemente a las proporciones de aquello mismo que pretendemos vilipendiar. Y, puesto que no hay ánimo que, dadas las vicisitudes narradas por la cinta, pueda sustraerse a la demanda de tan primario impulso, acaso el más impiadoso reto de cuantos plantea consista en superarlo, dejarlo atrás luego de reconocer que a través suyo los fantasmas de Dogville acechan a flor de piel en nuestro propio interior, prestos a hurtarnos para sí a la menor flaqueza.

Porque la verdadera cuestión recién comienza entonces, cuando logramos sustraernos a la instintiva ansia de una supuesta abyección reparadora. No alcanza a justificar la masacre el previsible argumento de que aniquilando ese infame poblado se hace un bien, pues ello significaría suponer cándidamente que Dogville representa apenas una excepción aberrante, cerrando los ojos a la evidencia de que se trata apenas de un minúsculo botón de muestra de lo que ha pasado a erigirse norma universal.

Las miserias que Dogville exhibe con absoluta flagrancia, no empiezan ni terminan en un rincón perdido de las Montañas Rocallosas, por lo que las virtudes terapéuticas de su aniquilación quedan, por lo menos, en entredicho. Así lo entiende Grace, la protagonista de la historia, y nos equivocaríamos al ver en su decisión de exterminio un ajuste de cuentas personales pendientes o un desplante altruista a favor de los buenos, dondequiera que estos se hallen. No orquesta, asiste y participa en la masacre con la exaltación histérica del mancillado, o con la piedad atroz de quien vio defraudada su confianza y su fe. Lo hace asumiendo el Mal. De ahí que acepte volver al lado del poderoso gángster que es su padre, no para ser protegida por él, sino para heredar su sitio, esto es, para convertirse en él. Si el Mal es la norma, dicha norma ha de ser encarnada y ejercida en toda su amplitud por quienes sean capaces de ello.

De manera infinitamente más cruda, Dogville expone la misma inquietante conclusión planteada hacia el final de Río místico de Clint Eastwood. No puede negar su destino de dios quien está llamado a serlo. La experiencia y la duda representan apenas la ruta que cada nuevo elegido ha de transitar de cara al hallazgo de su propia omnipotencia.

Una última pregunta queda planteada en el aire. Cuál podrá ser el camino para quien, tras haber asistido en carne propia a la exhibición transversal de lo abyecto como norma, se niegue a quedar asimilado a ella, sea desde arriba (como gángster divino) o desde abajo (como penúltimo afanador del infierno desde la más olvidada esquina de un mundo muerto de olvido). Hacia dónde ha de dirigirse quien, en medio de dioses, demonios, víctimas y verdugos pasando de éste a aquel lado del espejo, elija seguir siendo un hombre.
SERGIO JULIAN MONREAL

martes, febrero 08, 2005

Fragmentos de un diario paralelo


Nunca pensé que fuera a pasar suficiente tiempo para emprender una tarea de este tipo. O mejor dicho, nunca pensé que el tiempo pudiera sincerar la memoria de un viaje: separar la mirada del pasado y precipitarla hacia el presente. Un diario tiene un valor único y en él descansa todo un dispositivo de individualidad a veces incompartible. Su eficiencia, en este caso, se remonta a una operación: inducir el recuerdo, animarlo con fantasmas, y de esa manera tornarlo contemporáneo a nuestra vida...

La intención de este texto, entonces, no residiría tanto en transcribir mis anotaciones como en animarlas, prolongar la recta del viaje, atravesar su tiempo autista y estar otra vez en un lugar cuya descripción ha quedado retenida en el blindaje de los sueños. En la emoción del viaje, las anotaciones son vagas, fluye y refluye con inocencia el malentendido de la mortalidad...

No me acostumbro a la idea de que existan diarios sinceros. Todo diario pasa de antemano por un tamiz de falsificaciones. Estas palabras preliminares serían el cuerpo de ese tamiz, su evidencia, su sello de elegancia, y a la vez expresarían una resistencia a que ese procedimiento ocurra de forma invisible, a espaldas del lector. Resistencia a que al lector llegue al producto de una operación sin la marca de pasos previos destinados a impersonalizar e higienizar excesos. Por eso es necesario modelar en el escrito traducciones de algún universal.

Una manera de compartir el viaje sin suprimir del todo su particularidad, consiste en emprender una traducción de las notas e insertar detalles paralelos a la lectura y al recuerdo. Por ejemplo, yo, en Buenos Aires, a los veinticinco años, obsesionado con llegar pronto al final de una escritura... No dejar de escribir, sino ser abandonado por el acto. Capitalizar el vacío.

El lector estaría ante dos paralelismos: el mío, como escritor que relee sus toscas notas de viajero, y el propio -el famoso paralelismo relativo del lector- que lee una versión de un viaje que a la vez es una versión de una experiencia mayor: lee las sensaciones -necesariamente ausentes en las notas- que rodearon mi encuentro con la India y que son más bien ejes actuales, trazos de nostalgia.

Todo viaje a fin de cuentas tiene la forma de un escrito ilegible, puro significante grabado en el tiempo, y esto es lo que importa ahora: imponerle significados a un significante que se desvanece en la memoria y es el recuerdo en sí; producir un montaje paradójico -o paródico-, donde lo que se superpone son materiales incompatibles por anacrónicos.

En la ambición totalizadora del montaje, podría incluir cartas, mails, lecturas, rastros de ansiedades y expectativas de retorno. En realidad podría proceder de la misma manera con las anotaciones de todos mis viajes, pero hacerlo con las de la India representa una prueba especial. Empiezo con el día previo:

Las últimas han sido noches de extenso dormir anhelando los milagros de la India... Cada día sueño con mi infancia y con esa tierra ignota que durante años recordé como una promesa.
Sin embargo, ayer o anteayer desperté en medio de la noche, aterrorizado. Miré mi brazo izquierdo dormido y lo percibí como al brazo de otro. Pensé que eso era la locura, tan solo la impresión de transponer un borde numérico. Tomé el brazo y lo alcé como a un objeto... Quizás eso sea la demencia, me repetí: la capacidad visionaria de identificar lo inerte del objeto en el centro de la identidad. Lo terrible, no lo demencial, era despertar en un cuerpo desconocido que no dejaba de ser el cuerpo de siempre... La sensación es irreproducible... Aunque tal vez mi cuerpo siempre fue otro y por eso lo reconocía en la extrañeza de encontrar "un brazo" a mi lado. Un brazo muerto que sin embargo era mío, el de un hombre vivo.
Pero volviendo a lo anterior, por alguna razón el viaje me convence de que la infancia es el único periodo en que el hombre no puede saber nada de su futura soledad. Supongo que viajando alcanzo la misma libertad: la de no saber... De cualquier manera es tarde, siempre la libertad de no saber es anacrónica para un hombre que escribe.
Durante este viaje mi infancia es tan precisa que podría ser la infancia de otro hombre. Ese debería ser el trasfondo de mi siguiente novela. La infancia que vuelve y persigue a un hombre que no reconoce las señales de esa persecución. Piensa que no es la persona adecuada para esa infancia, para ese privilegio.
Presiento que no falta mucho para llegar al aeropuerto. Me voy de Tailandia y me enfrento a paisajes sobrenaturales. Aunque parto hacia la India, fantaseó con las mesetas de Irán. Detrás de la ventanilla se desanudan coloridas hogueras que el tren unifica en la velocidad. En los precarios compartimentos queda proyectado, como un holograma de la tarde, un extraño olor a brazas apagadas.
Los personajes del tren me parecen doblemente particulares: pertenecen al lugar, sí, pero recién ahora me interpelan y descubren su curiosidad. Dos jóvenes que indudablemente forman una perfecta pareja tailandesa, me cuentan su vida, me preguntan por la Argentina, ¡no me mencionan a Maradona sino a Borges! Estudian filosofía en Chang Mai y viajan a Bangkok a visitar amigos. La filosofía que estudian, según me parece entender, es inseparable de la cosmogonía budista. En la carrera de filosofía, me comentan, hay incluso materias obligatorias como meditación y yoga.
El tren se detiene. La encantadora pareja de jóvenes me indica que la siguiente parada es el aeropuerto internacional. "¿Delhi? ¿Bombay?", pregunta él, y ella rima las palabras de su compañero con una sonrisa imborrable. "Madras", le contesto y entonces noto que estar tan cerca de la India puede ser un error del destino. Un malentendido... Tengo la impresión de que el avión va aterrizar en una India artificial, en un parque temático construido en el medio de la Argentina para satisfacer mi ansia de exotismo.

sábado, febrero 05, 2005

Cosas de cojos

Los cojos, a pesar de su cojera, van y vienen por las calles. Hay cojos de una muleta y cojos de dos muletas, pero unos y otros apenas obtienen que el público repare distraídamente en su cojera. Podrían despertar mayor interés si se decidieran a marchar en bandadas exigiendo que se les devuelva la pierna perdida. Pero no, está visto que un cojo evita la compañía de otro cojo; no así los ciegos, que acostumbran acompañarse y meten ruido con sus bastones...

Sin embargo, a despecho de esta soledad y recato inherentes a la cojera, no hace mucho dos cojos estuvieron a dos dedos de encontrarse.

Uno de estos cojos (cojo de la pierta derecha) como tenía que comprar un zapato para su pierna buena, decidió apostarse -por suspuesto, con la mayor discreción- frente a una zapatería en espera de otro cojo que tuviera necesidad de un zapato para su pierna derecha.

Su razonamiento era excelente: ¿por qué iría a comprar dos zapatos si con uno le bastaba? Supongamos que esos zapatos costaran doscientos pesos: ¿por qué perder totalmente la mitad de esa suma? No hay duda de que los ojos tienen una lógica implacable.

Ahora bien, como la vida no es tan sencilla como parece, ocurre que ese cojo, que él aguardaba anhelosamente, había tenido su misma ocurrencia, pero, en cambio, no había escogido la misma zapatería.

Es proverbial la tenacidad de los cojos. Pasaban los años, el feliz encuentro nunca se producía, pero no por ello cejaban en su empeño. La multitud, que sólo tiene imaginación para escenas de sangre y de horror, imaginó que estos cojos eran nada menos que espías internacionales, pero como ellos sólo miraban melancólicamente los zapatos, no creyó necesario denunciarlos a la policía.

Sin embargo, no todo es rigor y drama en esta vida. Un buen día, dos cojas (no por avaricia, sino por malparada economía) tuvieron la misma idea que nuestros dos cojos, y quiso el azar que vinieran a postarse frente a las zapaterías donde estaban apostados desde hace años los cojos de nuestra historia.

Estos, al principio, las miraron con manifiesta indiferencia. Si un zapato de mujer no casa con uno de hombre, ¿qué papel pintaban allí esas cojas? Porque lo cierto es que la presencia de una coja junto a un cojo tiene justificación en cualquier parte, menos en una zapatería.

Pero la atracción de los sexos es poderosa. Un día, los cojos y las cojas acabaron por mirarse amorosamente, y apoyándose en sus muletas se estrecharon para escuchar el latido de sus corazones.

Minutos después amabas parejas entraban en sus respectivas zapaterías, pues, ¿se ha visto alguna vez que un cojo y una coja marchen al altar con el zapato roto?

Virgilio Piñera (de ?El que vino a salvarme?)