jueves, abril 24, 2008

Los culpables

Los cuentos de Villoro frasean concentradas anécdotas que en sus novelas aparecen expandidas y extremadas en una mirada antropológica sobre el DF y la idiosincrasia de los mexicanos. Conciente de lo que exige cada género, en Los culpables, como en La casa pierde y La noche navegable, su primer libro de cuentos, los trazos del narrador son rápidos y precisos. Frases que apenas serían en sus musculosas novelas puntos de partida, en estos cuentos son incisiones, apreciaciones fugaces en primera persona que abrevan en el humor y representan un contrapunto a la voraz mirada sociológica que los personajes portan, como si estuvieran secretamente armados, en El Testigo o en El disparo de Argón. Pero los personajes de estos relatos hacen equilibrio, de un modo u otro, en la condición de culpables. A menudo se vuelven culpables en una evocación que desata narraciones circulares. En El silbido un futbolista fracasado vuelve al club de sus amores y hace un racconto de su desgraciada y ominosa carrera en un club de frontera. En el cuento que da título al libro, dos hermanos en el desierto planean cambiar de vida a través de un guión, mientras circunstancialmente comparten una mujer y domestican una deficiente máquina de escribir. En último relato, Amigos mexicanos, el más potente de todos, y el que en algún punto se encabalga con Llamadas de Ámsterdam, un guionista oficia de guía en Ciudad de México para un periodista gringo que busca historias fuertes y color local. De por medio, la realidad de México, entre el sincretismo religioso, los secuestros y los mitos que a lo largo de décadas hicieron de ese país que Villoro no deja de aprehender en sus libros, un territorio mítico de surrealistas, beatniks e ingleses extravagantes como Malcom Lowry y Lawrence Durrell. En realidad Amigos mexicanos es en sí una nouvelle, con trece capítulos y un tono suavemente irónico para retratar la amistad y los amores idos –temas recurrentes en la literatura de Villoro–, y quizás sea una de las piezas que mejor transparentan el universo de uno de los escritores más celebrados hoy en día en Latinoamérica.

Oliverio Coelho

* Nota publicada en la revista Los inrockuptibles de abril, sobre Los culpables, Interzona, 2008.

martes, abril 15, 2008

La cadencia del realismo autista *

Por Guido Carelli Lynch

¿Qué demonios del pasado acosan el inconsciente creativo de algunos de los escritores más consolidados de la narrativa argentina? ¿Por qué algunos de los personajes de Daniel Guebel, Alan Pauls y ahora Oliverio Coelho están atorados y atrapados en un tiempo remoto y finito, pero que continúa supurando en diferido?

Coelho, el más joven de esa triada, se propuso lidiar con la lógica perversa, rejuvenecedora y masoquista que cualquier separación trae aparejada. La épica del personaje reside en la tarea ardua que significa fundar un nuevo amor después de la caída irremediable del que los amantes juran siempre que será su único y último hogar.

Eneas Morosi, protagonista de la novela Ida, avanza despechado por el infierno de su soledad que el rechazo de Lucía hizo evidente. Avanza también por los recovecos de una Buenos Aires infernal, purgándose y al acecho de un ángel, una mujer, una idea que venza por un instante su cinismo y lo redima.

En esa educación sentimental a la que asiste el héroe o antihéroe, Coelho aprovecha para incursionar en un registro en parte realista. Sin embargo, a pesar del timonazo estético que la novela supone ante su trilogía de ciencia ficción –Los invertebrables (2003), Borneo (2004) y Promesas naturales (2006)– persiste una búsqueda metafísica, un intento por explicar y comprender el mundo propio del género futurista.

Eneas, abandonado y huérfano, desocupado por vocación, decide refugiarse en el anonimato de la calle. La geografía y la fauna porteña que lo cobijan y resguardan de su dolor, también lo hacen titubear y acercarse al abismo de la locura. El éxodo de Morosi tiene un halo de fe resignada en el porvenir, al que a veces debe ayudar sumergiéndose en submundos lúmpenes que les garanticen la supervivencia.

El realismo y el detalle con el que Coelho describe la sordidez que habita en el Bajo Flores o Barracas, se ve amenizado por las observaciones y la mirada subjetiva del protagonista que, de tanto en tanto, plasma con tono poético en un anotador. Esa será la única pertenencia que lo acompañará en el periplo, además de una tortuga y una bicicleta robada.

Ida resiste la omnipresencia de un personaje por momentos poco querible. Esa brecha entre el lector y el protagonista se agiganta con el autismo y la inercia del segundo, y se acorta cuando Eneas se pone en movimiento y en su deriva comienza a reaccionar con inusual perspicacia.

El itinerario urbano, la sensibilidad literaria de Morosi conjugada con su pasividad especuladora, ventajista y a veces delictiva, rinde un tributo tácito a la escritura atemporal de Roberto Arlt. Coelho logra esta vez salir indemne de su primera incursión realista, de su lenguaje antinaturalmente fluido y hasta de una lograda escena de sexo, que sirve para culminar como clímax y redención de la historia y el protagonista.


Nota publicada en la Revista Ñ el 12/4/08